Cae la noche y no queremos terminar la aventura! Así que después de comer, decidimos subirnos al bote y seguir descubriendo.
No sabíamos que hora era, pero era lo de menos, La Luz se iba y con linterna en mano nos embarcábamos en una nueva aventura, diferente.
Así que comimos y nos preparamos para ir en busca de lo que fuera. Abrimos una botella de champaña, celebramos y agradecimos por estar ahí, en ese lugar y en ese momento.
La idea era que pudiéramos identificar con nuestras linternas los ojos de los caimanes que se asomaban tímidamente o algún habitante que quisiera manifestarse, sin embargo, la noche nos regaló algo mucho mejor: sonidos.
Navegar de noche por Amazonas es eso, esperar todo y nada, solo recibir lo que nos quiere regalar y sin darnos cuenta nos daba el mejor regalo de la vida. De pronto no necesitábamos ver nada, solo disfrutar de cómo los sonidos que se hacían presentes en el lugar nos recordaban que éramos unos visitantes y que por supuesto, aunque no los viéramos, no estábamos solos. Cuando regresamos todos vimos algo diferente, pero todos compartimos los mismos sonidos y agradecimos por tener ese silencio que solo nos conectaba con la vida del Amazonas, la vida salvaje.
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